jueves, 29 de agosto de 2013

Niños del puente Duarte Niños del puente Duarte

Niños que mueren del hambre de amar, de ser amados, de sentirse seguros aun donde duermen. De rostros marcados de dolor, del sucio de las calles. Y sus huesos contados como vivos y muertos, de labios cortados por el hambre, lacerados por el sol y callados de amargura. En cada esquina, absorben sus carencias con ignorancia, se alimentan de ella, se empapan de su veneno, mientras la sangre les hierve y el hambre les recuerda que no hay fuerzas. No hay fuerzas entre muchos huesos, Y un estomago azotado por el hambre. Hambre que se ha vuelto esposa de la noche, para acompañarla en la crianza de sus hijos. Sus hermanos, las ratas, que si pudieran hablar, decir quienes son sus fieles colegas de noches largas y búsqueda entre zafacones. Si pudieran hablar, escandalizarían los oídos y el tema de la delincuencia, tendría más argumentos sensatos, que palabras necias. Mientras el niño aun inocente, con el brillo negro sin vida en sus ojos, ve creciendo su pobreza y con el las lombrices en su estomago. Ser nefasto es más sensato, que sonreír con dolor en los huesos. Mientras su madre les entona la canción: Hijito mío, que te alimentas del sueño de las estrellas del cielo, mientras te abrazo, te arrullaré en mis brazos y te contaré como mío. Mientras el corazón te dure y tolerancia sea más para diccionarios que para ti, te quiero ver reír, si a ti, aunque sea una vez, niño del puente Duarte.

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