jueves, 18 de octubre de 2007

PERDONARSE




El yerro penaliza mis emociones,
se renueva la consecuencia de un acto arras,
concentrando mi cuerpo en la culpa del porque lo hice
y los latidos me indican que ya es tarde para volver atrás.

La culpa es mi síndrome,
expresando que no puedo escapar,
cobra vida
y atentan a la buena salud de mi mente;
se adueña del pensamiento que me perdona
me condena,
una y otra vez,
me impacienta la necesidad de pedir piedad para mí misma
y la locura comienza hacer estragos de un alma utilizada,
arraigada a la consecuencia que le trajo su devenir.

Solo puede culparse,
castigarse
y la vocecita en el fondo de mi corazón me grita,
se niega hacer enterrado en vida
y pide sosiego.

Sostiene con el sorbo de la tolerancia,
la sanación
y el olvido,
mientras la Escritura te infunde aliento.

Las causas se cercioran de no hacerme olvidar,
de sesionar mi pecho,
hasta hacerlo sangrar;
esclareciendo mi búsqueda de restablecerme,
intranquiliza mi aura,
me observa la amargura,
hasta que me impregna de displicencia,
creo la diversidad utópica de sentirme satisfecha,
cuando solo seré un ser sin atadura,
solo soy un ente con imperfecciones
y fallas.

Pero encima de mí se crea la atmosfera perfecta,
extraída de las antorchas de Aleto,
que predijeron mi muerte;
se desvanece la cólera,
el orgullo se desintegra,
y la vanidad se refugia,
en la esquina de mi antro,
mientras prevalece la mirada constante,
del perdón a mí misma.

“Aprende a recibir el perdón de ti misma, lame tus heridas y permíteles sanar, comenzar desde cero a través del verdadero fundamento: la Escritura”.